Quería ser una estrella de la danza
ACABABA de cumplir los doce años cuando debuté como bailarina en Roma (Italia), mi ciudad natal. Eso fue en 1945, recién terminada la II Guerra Mundial.
Imagínese cómo se sentiría una niña que había visto y sufrido los efectos de aquella espantosa matanza al salir a la pista de baile y hacer lo que más le gustaba: ¡Bailar! ¡Qué emoción!
De actuar en cuerpos de baile, con el tiempo pasé a convertirme en bailarina solista. Me especialicé en estilos afro-cubanos, orientales y hawaianos; pero también bailaba rumbas, cha-cha-chás, tangos, boogie-woogies y otros bailes de moda en aquel tiempo.
La danza me abrió las puertas a nuevos y fascinantes mundos. Por ejemplo, en la década de los cincuenta actué en películas muy conocidas, como Guerra y paz y Quo Vadis. Fue muy emocionante trabajar con celebridades como Elizabeth Taylor, May Britt, Eleanora Rossi Drago, Robert Taylor, Valentina Cortese y Gabriele Ferzetti.
Alcanzo el “éxito”
En mi esfuerzo por alcanzar el éxito, viajé de un extremo a otro del planeta. Estuve en Adén (Yemen), Ciudad del Cabo (África del Sur), Londres (Inglaterra), Bangkok (Tailandia), Teherán (Irán) y diversas ciudades de Australia. Al fin había alcanzado el éxito. Con solo diecinueve años ya estaba disfrutando de vivir en lo que se considera un mundo hermoso.
Para mantenerme en forma y continuar físicamente atractiva tenía que someterme a agotadores ensayos y un severo régimen de vida. Sin embargo, cuando pensaba en el éxito que ya había alcanzado y en mi meta de llegar a ser aún más famosa, aceptaba de buena gana aquella rigurosidad.
En los círculos donde me movía, se codeaba gente rica y respetada con ladrones, vendedores de drogas y mafiosos. Era un mundo increíblemente corrupto, saturado de drogas, alcohol, inmoralidad y violencia. Pero en aquel tiempo aquello no me importaba mucho. Mi vida se centraba en el baile y en rodearme de lujos: automóviles costosos, joyas, ropa y hoteles de fama.
Aunque ganaba mucho dinero, la mayor parte terminaba en los bolsillos de mis apoderados. Para mantener el nivel de vida al que me había acostumbrado, empecé a trabajar de cajera durante el día. Y, lamentablemente, me rebajé hasta el grado de violar mis principios y llevar una vida inmoral.
Regreso a mi país
En 1965, tras disfrutar de considerable éxito profesional en el extranjero, decidí regresar a Italia con el objetivo de convertirme en una gran bailarina de nuestro tiempo. Pensaba que mi experiencia y reputación en el extranjero me abriría puertas en mi país. Pero no fue así. Sufrí una gran desilusión. Parecía que mi camino hacia el éxito se había truncado repentinamente.
Con el tiempo empecé a actuar en clubes nocturnos y discotecas de mala reputación. Me sentía sola, atrapada en un ambiente corrupto y obligada a ceder ante todo tipo de amenazas y violencia. Tuve dos abortos y casi perdí la vida. ¡Qué precio tan elevado tuve que pagar por mi insensato deseo de triunfar! Pero cuando más perdida me hallaba, encontré algo que ha hecho de mi vida un verdadero éxito.
Un día trascendental en mi vida
Era una tarde de verano del año 1980, y me dirigía a la piscina que había cerca de casa en la provincia de Alessandria. Allí me encontré a una amiga que me pidió algo extraño: “¿Por qué no me acompañas a un estudio de la Biblia que una testigo de Jehová tiene conmigo?”.
“¿Jehová? ¿Y quién es Jehová?”, le pregunté.
“Jehová es el nombre de Dios”, respondió.
Y así empezó una animada conversación que me hizo olvidar mi intención de nadar. Fuimos las dos en mi automóvil a visitar a la testigo de Jehová, y le pregunté si podía unirme al estudio de la Biblia que ellas efectuaban. La verdad es que pensaba encontrarme con un ambiente misterioso, quizás algún gurú o maestro religioso ejecutando ritos extraños y macabros a media luz. Pero, por el contrario, me encontré en una casa normal frente a una mujer corriente que con mucha cortesía nos invitó a pasar. El estudio iba por el tercer capítulo del libro La verdad que lleva a vida eterna, titulado “¿Quién es Dios?”.
Para mí fue una extraordinaria revelación descubrir que Dios tiene un nombre personal, a saber, “Jehová”. (Salmo 83:18.) Me dije: “Si las Iglesias han ocultado hasta el nombre de Dios, ¡quién sabe cuántas verdades habrán ocultado!”. Le pregunté a la Testigo cuánto costaban sus clases y me sorprendió mucho oír que eran gratuitas. En el mundo en el que me había movido, nadie hacía nada gratis. Aquello me animó a comenzar un estudio de la Biblia.
Hago cambios
Debido a mi horario laboral —todavía estaba cumpliendo contratos de baile en diferentes ciudades—, disponía de poco tiempo libre. Pero aun así, anhelaba que esta señora me visitase para aprender más acerca del Dios verdadero, Jehová. Además de aprender que Dios tiene un nombre, descubrí que Jesús y Dios no son el mismo; no forman parte de una Trinidad. También descubrí lo equivocada que estaba al pensar que Dios estaba muerto. Empecé a familiarizarme con una Persona real, un Dios viviente que actúa.
¡Por fin tenía deseos de vivir! ¡Qué agradecida estoy a Jehová! Empecé a asistir a todas las reuniones de los testigos de Jehová. En ellas obtuve un mejor entendimiento de las maravillosas cualidades de este Dios amoroso y misericordioso, lo cual me dio mucho consuelo en vista de la clase de vida que había llevado. Al ver la calma y serenidad que se reflejaba en los rostros de los que asistían a las reuniones del Salón del Reino, me di cuenta de que había encontrado un mundo verdaderamente hermoso, y estaba resuelta a no abandonarlo nunca. (Salmo 133:1.)
Pero también me di cuenta de que si quería vivir en ese mundo tendría que hacer cambios importantes en mi vida. Tras asistir a una asamblea de los testigos de Jehová y oír claramente explicados una serie de principios bíblicos, tomé la firme decisión de modificar mi vida. Dejé la danza, una actividad que hasta entonces había sido el gran placer de mi vida. Dejé al hombre con quien había convivido durante los anteriores seis años, y rompí por completo con todo lo que me vinculaba a mi vida pasada y al corrupto ambiente del mundo del espectáculo. También rompí las direcciones y los recuerdos de empresarios y supuestos amigos.
Una nueva vida
Al llegar a este punto me encontré sin trabajo y sin hogar, pero estaba aprendiendo a cifrar toda mi confianza en Jehová. Como andaba apurada de dinero, vendí mis artículos de valor —el automóvil, los abrigos de pieles, las joyas—, las cosas que antes pensaba que eran símbolo de verdadero éxito en la vida. Para ganarme el sustento, empecé a fregar escaleras de edificios de apartamentos y a hacer labores de limpieza en casas de familia. He descubierto que el verdadero éxito en la vida no se mide por posesiones o posición, sino por tener o no tener la bendición de Jehová.
El 23 de abril de 1983 me bauticé como testigo de Jehová. Aquel día no estuve rodeada de fotógrafos, solo de compañeros de creencia que se sentían felices de dar la bienvenida a una nueva alabadora de Jehová. Poco después partí hacia Australia para ayudar a mi hermano a aprender las cosas maravillosas que yo había aprendido. Aunque ni él ni sus hijos compartieron mi entusiasmo por la verdad de la Biblia, mi estancia en Australia resultó muy fructífera.
En seguida emprendí el ministerio de tiempo completo como precursora y encontré a muchos italianos afincados en Australia que manifestaron interés en la Biblia. Con el tiempo llegué a conducir muchos estudios bíblicos progresivos. En 1985 regresé a Italia. Al principio me costó establecerme, pero ahora tengo un pequeño apartamento y vivo de una pensión que me permite servir como ministra de tiempo completo y asistir a todas las reuniones de congregación.
Durante muchos años, mi mayor deseo había sido triunfar en el mundo de la danza. Pensaba que la gloria y la fama lo eran todo en la vida. Traté de imitar a ídolos mundanos. ¡Qué diferente lo veo todo ahora! Por supuesto, bailar es maravilloso, pero ahora he descubierto que el verdadero éxito en la vida no se consigue viviendo para alcanzar gloria, sino ayudando a otros a conocer las maravillosas promesas de Jehová Dios.
Aguardo con confianza el cumplimiento de esta maravillosa promesa: “Espera en Jehová y guarda su camino, y él te ensalzará para tomar posesión de la tierra. Cuando los inicuos sean cortados, tú lo verás”. (Salmo 37:34; 2 Pedro 3:13.)—Relatado por Edvige Sordelli.
[Comentario en la página 13]
Actué en películas muy conocidas, como Guerra y paz y Quo Vadis