Educándonos para paz y vida
Su educación—¿le perjudica o le aprovecha? La educación superior, ¿crea paz o hace guerra, libra o esclaviza, protege o destruye? Lea lo siguiente, le concierne a Ud.
LA EDUCACIÓN es proclamada como el sostén de este mundo civilizado. Sin ella este mundo no podría continuar por mucho tiempo. Pronto decaería y regresaría al pasado primitivo, cual tierra no cultivada y no cuidada que la naturaleza volviera a reclamar. Por lo tanto, para esclarecimiento y progreso continuados, se le da importancia a la educación superior.
Este siglo se jacta de que ésta es la edad de la iluminación, la época dorada de la erudición. Señala las muchas conveniencias humanas y descubrimientos de la ciencia como progreso y dice poseer la habilidad de avanzar también en el arte y la sabiduría de gobierno y ser capaz de proveer para la humanidad un sistema de gobierno global estable y satisfactorio.
En sus bibliotecas, este mundo tiene el conocimiento acumulado de siglos de experiencia humana. No cree que este conocimiento sea todo vano, sino dice que mediante él el hombre ha aprendido sabiduría práctica. Tal es la sabiduría de este mundo. Guiado por esa sabiduría, el mundo no ha llegado a conocer lo que más ha deseado, a saber, la paz y la vida. Pelea, sangra y se tortura para manejarse y gobernarse sin ayuda divina y sin prestar atención a la voluntad divina. Así es que el mundo por su propia sabiduría no ha llegado a conocer a Dios, sino que deja a Jehová Dios excluído de todos sus cálculos y se fía de su propia sabiduría, habilidad y planes.
Por lo tanto preguntamos: ¿Cuán inteligente es este mundo? ¿Qué es lo que ha conseguido de sus logros intelectuales? ¿Hasta dónde ha progresado en dirección a un mundo mejor? ¿Es capaz de gobernarse a sí mismo? ¿Es su educación perjudicial o provechosa? Es verdad, ésta es una edad de trenes y automóviles de líneas dinámicas, de aviones de propulsión a chorro y submarinos impulsados por fuerza atómica, una era de electricidad y fuerza enjaezada. Pero ¿dónde están sus valores y logros morales y espirituales? ¿Cuáles son sus principios? ¿Sus normas? ¿Cuál es su sabiduría? Como declaró el presidente Eisenhower tan aptamente en la cena del segundo centenario de la Universidad de Columbia: “Sin embargo, no definamos la verdad o el conocimiento de la verdad simplemente en los términos estrechos del mero hecho o estadísticas o ecuación matemática. Sabiduría y entendimiento humano—un sentido de proporción—son esenciales. El conocimiento puede darnos fisión nuclear; solamente la sabiduría y el entendimiento pueden asegurar su aplicación al mejoramiento humano en vez de a la destrucción humana.”
Tan extensa ha sido la matanza humana cometida en este mundo con instrumentos de conocimiento que este mundo queda condenado como falto de sabiduría y entendimiento. Ha crecido cual monstruo raro, fuerte y espantoso con poder y potencia, pero desprovisto de toda responsabilidad moral y espiritual. Por consiguiente, vivimos en un mundo de artificios milagrosos, televisión, teléfonos y antibióticos, pero al mismo tiempo somos víctimas de la corrupción, la inmoralidad, el crimen, el temor, la ansiedad y la trepidación. El que es un hecho esta falta de fibra moral se hizo evidente por Bernard M. Baruch, quien, al hablar a un grupo de colegiales en el City College de Nueva York, declaró:
“Este mismo medio siglo o más que ha traído avances materiales tan asombrosos se ha distinguido por dos terribles guerras mundiales y por un reavivamiento de tiranías antiguas, hechas aun más bárbaras por ser refinadas tecnológicamente.”
Continuando, Baruch brevemente reflexionó sobre la manera de proceder de esta edad atómica, dando razones por su fracaso. Hace unos sesenta años, dijo él, se pensaba que todas las naciones estaban desarrollándose constantemente hacia una vida mejor y libertad aumentada para el individuo. Pero, agregó él, “esa fe sencilla en la certeza del progreso ha perecido. En este siglo veinte hemos olfateado el horrible hedor de las cámaras de gas; hemos visto la vuelta de la esclavitud como institución humana, tanto en Alemania bajo Hitler como detrás de la Cortina de Hierro. ¿Por qué es que desarrollamos milagros casi diariamente en nuestros laboratorios pero chapuceamos como niños al gobernarnos a nosotros mismos? ¿No se debe principalmente a que estamos tan malamente educados?”
Para ilustrar su punto Baruch escogió a los forjadores de la Constitución de los Estados Unidos como ejemplo, diciendo: “Los hombres que forjaron la Constitución no serían llamados un grupo altamente educado hoy en día, según las normas académicas. No había entre ellos un profesor de gobierno. . . . Me atrevo a decir que la mayoría de los hombres que redactaron la Constitución no podría haber llenado los requisitos para entrar en este colegio. Sin embargo, a pesar de su falta de educación formal, los hombres que se reunieron en Filadelfia en 1787 eran bien educados en el verdadero significado del vocablo. Primero, y lo más importante, ellos sabían pensar. . . . Los padres de nuestra patria eran bien educados en todavía otro sentido—estaban profundamente imbuídos de valores morales. La mente de ellos trazaba una distinción clara entre lo bueno y lo malo, entre principio y conveniencia. No estaban inciertos en cuanto a los valores en que creían y que estaban determinados a sostener. . . .
“Hoy día, en contraste, el pensar ha llegado a ser un arte generalmente abandonado. Aunque leemos prodigiosamente, parece que hemos perdido la facultad de aprender de lo pasado. Carecemos de cualquier sentido seguro de valores. Nunca en la historia ha ostentado la humanidad medios superiores de comunicación, prensas de alta velocidad, revistas profusamente ilustradas, la radio, el cine, la televisión. Sin embargo todas estas formas milagrosas de comunicación parecen menos conducentes a la meditación que un tronco en el bosque. Casi, de hecho, parece que estos modos de comunicación de líneas dinámicas e impulsados a chorro son los enemigos del pensar. Diariamente nos bombardean con distracciones frescas y nuevas alarmas. El resultado neto es que nuestras energías—no solamente nuestras energías intelectuales, sino nuestros recursos económicos y militares—se disipan en cuestiones secundarias, mientras los puntos fundamentales de los problemas críticos delante de nosotros permanecen sin tocar y pasados por alto. No hace mucho, se pensaba lisonjeramente que la nuestra era ‘La Edad de la iluminación.’ Más y más se está haciendo ‘La Edad de la distracción.’ . . .
“A través del último medio siglo o más nuestras esperanzas de un mundo mejor han girado principalmente alrededor de avances materiales. Hemos empujado esta pesquisa tecnológica hasta el punto en que no parece que cosa alguna esté más allá de la capacidad del hombre—nada físico o material, es decir. Podemos nivelar montañas, regar desiertos, volar con mayor rapidez que el sonido. Reflejando esta locura por el avance tecnológico, nuestros colegios y universidades han tendido más y más a recalcar la pericia técnica más bien que la habilidad de pensar. ¿Y a dónde nos ha llevado todo esto? Nos ha llevado a donde vivimos en temor de que esta energía increíble a la disposición del hombre llegue a ser el medio de la destrucción de la civilización como la conocemos. Es patente que algo falta. Ese algo difícilmente podría ser más poder, avances tecnológicos todavía más nuevos. El algo que nos falta es disciplina, la capacidad de gobernarnos y dominar el poder que ya es nuestro.”—Vital Speeches of the Day, junio de 1953.
ADMISIÓN DEL FRACASO
Este mundo carece de disciplina, es verdad, pero no quiere ser disciplinado en justicia. Carece de la capacidad para gobernarse a sí mismo, pero rechaza a Jehová y no quiere que él lo gobierne. Carece del buen sentido necesario para dominar su poder prodigioso, pero no quiere la sabiduría que sí podría dominarlo. Anhela y clama por paz, pero locamente se prepara para guerra. Profesa gran piedad y santidad, pero no quiere nada de Dios ni su Palabra. Sus educadores han reducido al mínimo o pasado completamente por alto el bienestar espiritual de la humanidad. Han abandonado la Biblia como libro de texto de conocimiento y, de acuerdo con sus propios deseos egoístas, han seguido un derrotero contrario a ella, y así contrario a la paz y la vida. Cuán apropiadas son las palabras del profeta: “¿Cómo decís: Somos sabios, y la ley de Jehová está con nosotros? ¡mas he aquí que la pluma mentirosa de los escribas la ha cambiado en mentira! Avergonzados están los sabios; aterrados están y presos; he aquí que han rechazado con desprecio la palabra de Jehová: ¿qué sabiduría pues podrá haber en ellos?”—Jer. 8:8, 9.
Proclamando un remedio para este fracaso, el presidente Eisenhower exhortó a la gente de todas partes a ‘predicar la verdad y practicarla sin miedo.’ “La verdad,” dijo él, “¡puede hacer libres a los hombres! Y donde los hombres están libres para planear sus vidas, gobernarse a sí mismos, conocer la verdad y comprender a sus prójimos, creemos que allí también existe la voluntad de vivir en paz. Aquí, entonces, a pesar de bombas atómicas y de hidrógeno, toda la cruel destructividad de la guerra moderna; a pesar del terror, la subversión, la propaganda y el soborno, vemos la clave de la paz. Esa clave es sabiduría y entendimiento—y el uso constante de ellos por hombres en todas partes. . . . He aquí la misión interminable de la universidad—de hecho de toda institución educacional del mundo libre—¡el encontrar y esparcir la verdad!”
LA VERDAD COMO REMEDIO
Hace más de mil novecientos años, el mayor educador de todo tiempo, Jesús de Nazaret, proclamó este principio de verdad de un lado a otro de Palestina. Pero la verdad que él proclamó no fué la sabiduría de este mundo. Por eso Pilato replicó a Jesús: “¿Qué cosa es la verdad?” Para él las ambiciones políticas de César, sus instituciones, tradiciones, etc., eran verdades justificables que debieran predicarse a través del Imperio romano. Pero para Jesús la verdad era algo enteramente diferente, algo desconocido a este mundo, algo acerca de lo cual este mundo no sabía nada. Jesús anunció que la Palabra de Dios es la verdad. “Tu palabra es la verdad,” dijo él. En una ocasión anterior él había dicho a sus discípulos: “Si permanecen en mi palabra, ustedes verdaderamente son mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.”—Juan 18:38; 17:17; 8:31, 32, NM.
Las grandes verdades que Jesús proclamó tenían que ver con Jehová Dios y su reino mediante Cristo, que éstos no eran parte de este viejo mundo, que este mundo estaba en camino hacia un fin abrupto en la batalla del Armagedón, que la única esperanza de la humanidad para sobrevivir esa batalla era el conseguir conocimiento acertado acerca del Todopoderoso y su Palabra y vivir vidas en armonía con éste. “Esto significa vida eterna,” declaró él, “el que ellos adquieran conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú has enviado, Jesucristo.” Con este fin él mandó: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada con el propósito de dar un testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin consumado.” Estas eran las verdades que pondrían en libertad a los hombres. “Esta sabiduría,” dijo Pablo, “ni uno de los gobernantes de este sistema de cosas llegó a conocer, porque si la hubieran conocido ellos no habrían empalado al glorioso Señor.”—Juan 17:3; Mat. 24:14; 1 Cor. 2:8, NM.
Aquellos que desean paz y vida tienen que llegar a conocer esta sabiduría. Pero, ¿cómo? Durante más de setenta años los testigos de Jehová han estado ocupados en la campaña educacional más intensa que jamás se ha visto en la tierra en un esfuerzo por dar a conocer estas verdades a la gente. Su obra llevada a cabo en más de cien idiomas y en 159 países y territorios ha sido una obra extraña con resultados maravillosos.
Por medio de educarse en la Palabra de Jehová, la Biblia, los testigos de Jehová han podido hacer lo que las naciones en su derredor no han podido lograr durante los últimos cuatro mil años. El conocer y creer la Biblia y vivir de acuerdo con sus principios divinos ha hecho posible que ellos, aunque son de muchas diferentes nacionalidades, colores y lenguajes, se reúnan en unidad y paz. El saber que el hombre no debe cometer ningún asesinato, ni hurtar, ni sobornar, apoyado por el espíritu de Dios y un fuerte deseo y empuje hacia hacer la voluntad de Dios, ha hecho posible que ellos abandonen sus armas bélicas, sus diferencias raciales y barreras políticas y nacionales. Estos no roban ni sobornan. Han forjado sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces. No se levantan los unos contra los otros, ni aprenden más la guerra. Viven en paz los unos con los otros.
El ser ellos motivados por el modo correcto de pensar, por principios justos, ha hecho posible que ellos limpien toda delincuencia de en medio de ellos, que venzan la marea del crimen, que vuelvan atrás la vida relajada y triunfen sobre la iniquidad. En otras palabras, la verdad bíblica los ha libertado. Ha hecho de ellos una sociedad distinta a este viejo mundo. Ha hecho de ellos una sociedad del Nuevo Mundo que glorifica el nombre de Dios.
CÓMO LIBRA EL CONOCIMIENTO VERDADERO
El procedimiento principal es convertir nuestra mente, la cual dirige nuestros deseos y derrotero. Por medio de cambiar nuestros deseos, voluntad, intereses, disposición, perspectiva mental y actitud de corazón para que se conformen a la voluntad de Dios y su Palabra, nuestras acciones correspondientemente cambiarán hacia lo mejor. La clave para efectuar tal cambio es la verdad, la verdad bíblica. El estudio bíblico serio cambiará nuestra manera de ver muchos asuntos. Reformará nuestra mente y la rehará conforme al justo punto de vista de Dios sobre las cosas. El apóstol Pablo nos aconseja que hagamos esto: “Dejen de amoldarse a este sistema de cosas, mas transfórmense rehaciendo su mente.” “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse con la nueva personalidad, la cual por medio de conocimiento acertado está siendo renovada de acuerdo con la imagen del que la creó.”—Rom. 12:2; Col. 3:9, 10, NM.
La educación forma una sociedad, pero solamente la educación correcta puede formar una sociedad del Nuevo Mundo, una que se conforme a la voluntad de Dios. A pesar de toda su llamada sabiduría este mundo es considerado insensato a la vista de Dios. Lucha, pelea, sangra y se tortura para manejarse y gobernarse independientemente de Dios. Por esto será destruído. “Mi pueblo está destruído por falta de conocimiento. Por cuanto tú has rechazado con desprecio el conocimiento de Dios, yo también te rechazaré, para que no seas mi sacerdote; puesto que te has olvidado de la ley de tu Dios, me olvidaré yo también de tus hijos.”—Ose. 4:6.
Pablo aconseja: “Si alguien entre ustedes piensa que es sabio en este sistema de cosas, que se haga insensato, para que se haga sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; porque está escrito: ‘Él prende al sabio en su propia astucia.’ Y otra vez: ‘Jehová conoce que los razonamientos de los sabios son inútiles.’” Para ser verdaderamente sabio, vaya a la Biblia. Estúdiela. Siga su consejo escrupulosamente. Sus palabras de sabiduría le libertarán de los enredos de este viejo mundo y le iluminarán con esperanza de vida y paz en el nuevo mundo formado por Dios. Esta es educación de la categoría más elevada. El educarnos en estas verdades nos garantiza paz y vida.—1 Cor. 3:18-20, NM.