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¡Despertad! 1973
g73 8/8 págs. 16-18

Una voz del bosque

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá

¡HOLA! Permítanme presentarme. Mi nombre es Ursus Horribilis; soy un oso gris o grizzli y encabezó a una delegación de osos grises. La razón por la que quisiéramos la atención de ustedes es porque parece que hay una gran falta de comunicación entre nosotros los cuadrúpedos peludos y ustedes los humanos. La opinión entre nosotros los osos es que nuestras relaciones públicas pueden mejorar mucho mediante una confrontación amigable. ¿Podemos entrar? . . . Gracias.

Para empezar, permítanos explicar que aunque ustedes los humanos siempre nos han perseguido como los perros a las liebres, no les guardamos resentimiento. Quisiéramos ser amigos si ustedes nos lo permiten. La desavenencia entre nosotros no es culpa nuestra, y pensamos que ya es hora de que detengan el humo de los rifles y cobren juicio.

Permítanos contarle la historia desde el principio. Les ayudará a ver que tenemos una causa legítima. Ante todo, este no es un asunto que nos concierne solo a nosotros los osos grises canadienses. Nuestra protesta incluye los agravios y los sentimientos reprimidos de todo el mundo animal, y la presentamos con la esperanza de que les ayude a ustedes los humanos a enmendarse y darnos a nosotros los animales un trato mejor.

Al hacer esto reconocemos que ustedes han ejercido ciertos derechos delegados al usarnos como una fuente de alimento, resguardo y ropa. No es a esto que objetamos. Pero, ¿tienen que ser tan desenfrenados en su matanza? Desde el tiempo de Nemrod, el gran derramador de sangre, ha habido entre ustedes individuos que parecían determinados a exterminarnos.

Antes de la revolución industrial del siglo diecinueve cuando las armas se hacían a mano, el equilibrio entre nosotros y ustedes era bastante igual, porque por lo general podíamos aventajarlos o eludirlos. Sin embargo, con el advenimiento de la máquina nos enfrentamos al principio del fin, y comenzamos a ser diezmados constantemente.

Desde entonces se ha informado que cientos de clases de pájaros y animales han sido reducidos irreparablemente o completamente destruidos. ¿Se proponen continuar con esa práctica? ¿Realmente quieren aniquilarnos?

Hasta hace unos cien años millones de búfalos erraban por las inmensas planicies norteamericanas. Estos animales eran una abundante fuente de alimentos y provisiones para los nativos. Sin embargo, pronto fueron sistemáticamente muertos por cazadores profesionales que los mataban por deporte, llevándose sus cabezas como trofeos y dejando los cuerpos para que se pudrieran en el campo. Si no hubiera sido por la intervención de unos cuantos individuos inclinados a la conservación, el búfalo americano estaría extinguido.

Al igual que con el búfalo ha ocurrido con otras formas de vida salvaje. A medida que los humanos cruzaban los continentes, varias clases de animales fueron ahuyentados delante de ellos. Algunos animales pudieron ajustarse a los cambios, pero otros fueron extinguidos o se les hizo retroceder a las regiones interiores y lejos de su hábitat natural.

A medida que los pantanos eran desecados y los marjales eran limpiados, más y más hectáreas llegaron a ser propiedad del arado hasta que la tierra estuvo llena de gente, y la fauna salvaje se vio obligada a mudarse. A las grullas de las dunas, las chochas de Norteamérica, los gansos del Canadá, junto con bandadas sin fin de patos salvajes que en un tiempo oscurecían el cielo por su cantidad, se les hizo retroceder cada vez más al norte, a la región del subsuelo helado y la tundra.

Por cientos de años los habitantes originales de la América del Norte, los indios nativos, habitaron rodeados de animales. Mataban para comer y dejaban algunos para el futuro. Sin embargo, el hombre blanco, ávido de ganancia, cazaba indiscriminadamente, no solo para satisfacer sus necesidades, sino para satisfacer la demanda sin fin de los mercados mundiales.

El príncipe Felipe de Inglaterra, en su libro Wildlife Crises, escribió: “La pesca de mar es un ejemplo típico de la explotación general de la población salvaje. Lo mismo aplica a cazar a los cocodrilos salvajes o a los leopardos por su piel. Esto no es nada menos que una lucha primitiva por cobrar mientras hay de donde hacerlo con la tonta idea de que hay un surtido interminable.” Pero el barril tiene un fondo, y sus científicos y hombres prudentes deberían darse cuenta de esto antes que el daño hecho sea irreparable.

¡Piensen en lo que ya han hecho! Las trampas de acero que usaron con nosotros los osos grises tenían doble resortes y tenían hasta 1,80 de largo. Algunas pesaban hasta 36 kilos, y tenían quijadas que trituraban huesos con un seguro de dientes puntiagudos. En la actualidad los cazadores usan aeroplanos y helicópteros para descubrirnos sin misericordia. Si nos ponen entre la espada y la pared, ¿cómo esperan que sobreviva alguno de nosotros?

Se nos ha acusado de ser bestias feroces y asesinos peligrosos. Pero la evidencia es que esa conducta por lo general resulta de una grave provocación y del temor de lo que el hombre hará, basado en los antecedentes de la amarga experiencia. No muchos de nuestra clase buscan deliberadamente una confrontación con el hombre, y, si se nos da a elegir, invariablemente buscamos la seguridad en la huida.

Lean el registro conmovedor del trato que se nos ha dado según fue relatado por uno de los propios historiadores de ustedes en The World of the Grizzly Bear:

“En el viejo oeste (norteamericano), se explotó a los animales salvajes. Tenían muchos enemigos y pocos amigos. La ignorancia y la falta de cultura prevalecían, así es que hasta las iglesias católicas no reconocían los derechos de los animales. No solo se perdonaba la crueldad, sino que se estimulaba. Se celebraban peleas de animales (entre osos grises encadenados y toros) en los días de fiesta y los domingos, en las misiones españolas así como en otros lugares. Y los sacerdotes y los feligreses se unían a la muchedumbre para disfrutar de los sangrientos espectáculos de la muerte al igual que los romanos habían vitoreado la matanza de los cristianos primitivos.”

El mismo autor continúa:

“Prácticamente todos los llamados forajidos [animales] habían sido mutilados por el hombre. Garras Sangrientas, un oso gris de Wyoming, al ser muerto tenía 3 viejas heridas de bala. El Viejo Mose de Colorado había escapado de una trampa de acero pero dejó dos dedos de la pata entre las quijadas de hierro. Tres Dedos había perdido dos dedos en una trampa. Ladrón Rojo era un oso de Utah: Al ser desollado, los cazadores hallaron dos viejas heridas de bala, una punta de flecha enterrada en su lomo, y muchas cicatrices en su cabeza, cuello, pecho y costados. El Bandido, un oso gris de Oregón muerto en Idaho, tenía una reciente herida de bala en la parte superior de la giba de su hombro izquierdo. Un oso gris muerto en Idaho tenía una reciente herida de bala en la parte superior de los cuartos traseros y otra en la parte carnosa de su lomo.”

Un cazador informó haber visto a una osa gris y a sus dos cachorros. Disparó a la madre, la que entonces lo atacó. En la lucha que siguió, le abrió el vientre con su cuchillo de caza y cuando ella había perdido tanta sangre que ya no podía permanecer más de pie se arrastró de vuelta hasta sus cachorros y tiernamente los mimó en un último intento de consolarlos hasta que se murió. El cazador confesó: “Lamenté haber disparado contra una madre tan afectuosa.”

Destrucción y aprisionamiento

Sus gigantescas represas atraviesan nuestros ríos, sus gigantescas máquinas niveladoras de tierra cambian el terreno natural, destruyendo nuestras guaridas y lugares de refugio. Sus contaminadores derrames de petróleo e insecticidas arruinan nuestros campos de forraje y terminan con nuestras fuentes de recursos. Y los desperdicios de sus ciudades, minas, molinos y fundiciones envenenan nuestros arroyos, haciéndonos la vida insoportable.

¡Cuán crueles y desconsiderados han sido ustedes! Han tomado nuestras pieles para vestir a sus hermosas señoras, y nuestras cabezas las han puesto como trofeos en sus salas de billar y en sus escritorios. ¿Cuán cuidadosos fueron cuando mataron a millones de indefensas mamás focas con sus recién nacidos sobre las heladas masas de hielo flotante en el mar? ¿Y qué hay acerca del gran alca, ese pájaro que no volaba, al que los cazadores de entre ustedes mataron hasta el último miembro solamente por sus valiosas plumas? Nosotros los osos grises pensamos que hubieran podido ser más humanos.

Además, ¿saben lo que significa el ser dejado helar en una trampa, con los huesos quebrados, mientras uno espera en terror agonizante, quizás por días, antes de ser matado por el golpe de su captor? Nosotros los animales sin habla tenemos pocos partidarios que defiendan nuestra causa y no hay hospitales para nuestros heridos que tienen que arrastrarse lejos para morir en un sufrimiento silencioso. Reconocemos la prerrogativa de ustedes de darnos caza, pero por favor, sean más considerados... ¡o usen una cámara!

Y, ¿muestran empatía cuando nos aprisionan en sus parques zoológicos en jaulas para ser mirados impertinentemente? ¿Cómo creen que nos sentimos? ¿Les gustaría cambiar de lugar con nosotros?

Entre los animales no hay fallos condenatorios acerca de derechos o errores constitucionales; no entendemos esos asuntos. No obstante, los humanos afirman tener una inteligencia superior, y afirman ser los guardianes de leyes justas. Por lo tanto, debe ser que se les ha dotado con entendimiento y responsabilidades muy superiores a nuestro intelecto. Si es así, desearíamos que los usaran.

Por supuesto, para no ser parciales, estamos de acuerdo en que no todos ustedes son culpables. Algunos de ustedes han sido muy bondadosos, y por ello estamos agradecidos. Pero en su mayoría, ¡nosotros los osos grises pensamos que el nuestro no es el único registro de color gris! Todo pudo haber sido tan diferente.

Llamamos este asunto a su atención porque, si no hay un cambio, su derrotero actual bien pudiera llevar a la total destrucción de toda la vida y a la ruina de la Tierra. Es así de serio, y estamos muy preocupados. Amamos a la Tierra como nuestro hogar, y si ustedes los humanos dejan de ser tan codiciosos nos complaceríamos en compartirla con ustedes. Así es que, ¿qué les parece si se corren un poco y nos dan más lugar?

Ya se han tomado algunas medidas progresivas hacia la conservación, pero los resultados todavía son insuficientes. Hay grandes zonas por todo el mundo con terrenos inapropiados para la industria o el cultivo. Esos territorios podrían convertirse en grandes refugios donde los animales podrían vivir en libertad y donde ustedes pudieran mantener un control equilibrado de nuestro número y donde nosotros, a su vez, podríamos ser visitados por ustedes en nuestro propio ambiente. ¿Entienden la situación?

Por eso, vamos, amigos. Estrechemos una garra y seamos amigos.

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