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  • g85 22/5 págs. 14-16
  • El carbón... cuestión candente en el pasado

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  • El carbón... cuestión candente en el pasado
  • ¡Despertad! 1985
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¡Despertad! 1985
g85 22/5 págs. 14-16

El carbón... cuestión candente en el pasado

ANTES del alba, la niebla desaparece de las montañas lentamente a medida que el Sol va saliendo y luchando por aparecer en el horizonte oriental. La luz trémula de los quinqués se puede ver a través de las deslustradas ventanas de cristal de hilera tras hilera de casuchas en mal estado que cubren la ladera de la montaña. En la penumbra de adentro, las esposas y madres tratan desesperadamente de buscar comida que puedan poner en las fiambreras para alimentar a los varones de su familia.

Unos minutos más tarde, los abrumados varones salen de sus casas. Las luces débiles de sus cascos les dan la apariencia de centenares de luciérnagas gigantes mientras descienden en masa al camino pedregoso de más abajo. Caminan lentamente, como si hubiera un desfile... los viejos, los de mediana edad, los jóvenes y los jovencitos. Son estadounidenses, ingleses, negros, irlandeses, galeses, checos y eslovacos. Entre ellos hay italianos y húngaros, polacos y griegos —una mezcla de gente de casi toda nacionalidad de Europa—, todos son mineros de carbón.

El desfile en curso se detiene. Comienza la espera por el desvencijado ascensor que los descenderá a centenares de metros en las entrañas de la tierra. El olor a humedad de las vigas de madera podridas que sostienen las toneladas de peso que hay por encima de la cabeza de los mineros y el olor nocivo a moho les llenan las narices. El ruido de goteras es constante. Tienen que acostumbrarse al sonido de la tierra cuando se acomoda.

Así empieza cada día del minero, quien extrae diariamente 16 toneladas de carbón de las profundidades de la tierra.

La demanda de carbón se siente mundialmente

La Revolución Industrial del siglo XIX había comenzado. Estaban apareciendo nuevas fábricas a través del país y se estaban ampliando las viejas para satisfacer las necesidades de una nación en desarrollo. El carbón era el artículo necesario para alimentar las calderas y generar la energía para mantener activa la industria. La demanda de carbón se sentía alrededor del mundo, y desde los Estados Unidos se oía a través de los mares la invitación a hombres para que trabajaran en las minas.

Los experimentados mineros de carbón de Inglaterra y Gales oyeron a través del mar el distante pedido de ayuda. Consideraron las “colonias” como una tierra de oportunidad y emigraron a los Estados Unidos. La invitación a los mineros se oyó también en Irlanda, adonde los dueños de minas de carbón habían enviado viajantes de comercio para divulgar el “sueño estadounidense” de una tierra de abundancia... altos salarios, excelentes hogares, iglesias y escuelas, y un sistema basado en la igualdad de derechos para todos. El mero hecho de que los dueños de minas pagarían por la transportación de los mineros subrayó la creencia de que los Estados Unidos ciertamente eran una tierra donde abundaban las riquezas y las oportunidades.

Si había mineros que creían que su isla Esmeralda era demasiado hermosa para dejarla y que el viaje de nueve semanas a través del mar era demasiado largo hasta para una vida mejor, su modo de pensar iba a cambiar pronto... ¡el hambre debido a la escasez de la papa! La papa o patata era el sostén de la vida para los irlandeses. El adulto de término medio consumía de 4 a 6 kilos (9 a 14 libras) de papas al día. En 1845 una plaga misteriosa, que duraría seis años y causaría muchas muertes, azotó los sembrados de papa. Más de un millón de personas murieron debido al hambre en Irlanda. Los que divulgaban el sueño estadounidense se vieron acosados repentinamente por gente que pedía el pasaje para el viaje en barco. Hubo que poner en servicio todo barco disponible, a menudo sin alojamiento e instalaciones sanitarias adecuadas para los centenares de personas que atestaban los barcos. Muchas murieron. Familias enteras fueron aniquiladas. Se calcula que 5.000 personas perecieron en camino a los Estados Unidos, y sus cadáveres fueron arrojados al mar. No obstante, durante los años del hambre causada por la escasez de la papa, 1.200.000 inmigrantes irlandeses llegaron a las costas estadounidenses.

En los Estados Unidos se esfumó la ilusión de muchos. El sueño se convirtió en una pesadilla. Los “excelentes hogares” eran casuchas mal construidas, sin enlucido, techo interior ni papel de empapelar, y donde el viento frío se imponía durante el invierno. Los muebles consistían en camas y mesas mal terminadas, y sillas toscas. Los “altos salarios” eran unos cuantos centavos por hora... menos de un dólar por un larguísimo día de trabajo. No había ni una de las escuelas prometidas. Los niños crecieron sin saber leer ni escribir su propio nombre. Muchos de los mineros y sus familias terminaron casi como esclavos, con pocos medios para escapar.

Por ejemplo: Los pueblos de casuchas eran propiedad de las minas, y éstas los administraban. Lo mismo sucedía con las tiendas de las compañías. La mayoría de los dueños de minas se negaban a permitir que hubiera otra tienda dentro de sus límites. Por consiguiente, los mineros se veían obligados a comprar todos los bienes de consumo en la tienda de la compañía —alimento, ropa y herramientas— a precios sustancialmente más altos que en otras tiendas, a veces tres veces más altos. Si había otras tiendas cerca, entonces a los mineros no se les pagaba con dinero, sino con cupones y fichas, llamados vales, que se podían cambiar solamente en la tienda de la compañía. Si el minero rehusaba comprar en la tienda, se le despedía y se le ponía en la lista negra, y otros explotadores de minas se negaban a contratarlo.

No era poco común que los niños tuvieran que trabajar para pagar las deudas que habían heredado de su padre, deudas relacionadas con la tienda de la compañía. Por ejemplo, note una parte de un artículo de fondo que apareció en un periódico de Nueva York en 1872: “A veces generación tras generación trabaja para pagar deudas en que incurrieron sus abuelos. Los que tienen unas cuantas monedas en los bolsillos las ganaron mediante trabajo servil después de trabajar largas horas en la tierra”.

Así que, sin otro lugar adonde ir y sin dinero para irse, los mineros se convirtieron en esclavos de los dueños de minas.

Puesto que entonces eran desconocidas las leyes relacionadas con el trabajo que podían desempeñar los niños, los explotadores de minas se aprovechaban de los varones jóvenes y los enviaban a las minas a una edad muy tierna para trabajar largas horas en espacios estrechos donde solo cabía el pequeño cuerpo de ellos. Algunos hasta de cinco años de edad trabajaban en la superficie separando el carbón y la pizarra, a medida que lo extraído se movía a lo largo de cintas transportadoras, y frecuentemente tenían los dedos y las manos aplastados y deformes. Otros, agotados después de 14 horas de trabajo, caían en las cintas transportadoras y morían aplastados. A otros pequeñuelos se les dejaba sentados a solas en oscuros pasadizos subterráneos por 12 horas al día abriendo puertas para que las mulas pasaran; las mulas recibían mejor cuidado que los humanos.

Las condiciones de trabajo de los jóvenes y los mayores eran una constante amenaza a su vida. Las explosiones subterráneas, los incendios mineros, los derrumbamientos, las inundaciones, la muerte por inhalar gases venenosos o por asfixia, el quedar atrapados por varios días sin luz, alimento ni agua... éstos eran los peligros cotidianos que hacían estragos en el juicio sano de ellos.

Los mineros decidieron que las condiciones tenían que mejorar, tanto sobre el suelo como bajo tierra. Se trató de formar sindicatos, y se llevaron las quejas a los dueños de minas, a la vez que se les pidieron reformas y condiciones de trabajo más seguras, mejores salarios, la abolición del sistema de la tienda de la compañía, la exclusión de los niños respecto al trabajo en las minas... todo lo cual los magnates del carbón pasaron por alto.

A eso le siguió la negativa de los mineros a trabajar. Las huelgas relacionadas con la extracción de carbón se pusieron de moda. Las minas tuvieron que cerrar, y los dueños de minas contrataron a criminales para terminar las huelgas. Familias completas fueron echadas de sus casuchas al frío penetrante. Se golpeó a hombres, y a mujeres a punto de dar a luz se les sacó de sus casas a la fuerza. Por orden de los dueños de minas, los médicos de la compañía se negaron a prestar asistencia médica.

Los “Molly Maguires”

Mucho antes que los irlandeses emigraran a los Estados Unidos, había un rencor profundamente arraigado entre los ingleses protestantes y los irlandeses católicos. De modo que cuando los irlandeses se hallaron en tierras estadounidenses pero bajo magnates y patrones de minas que eran ingleses, la situación fue demasiado amarga para soportarla. Durante el gran conflicto entre mineros y dueños de minas, los irlandeses formaron una sociedad secreta llamada los “Molly Maguires”. Éstos eran una pequeña banda de mineros irlandeses que se vengaban de los dueños, los patrones y los explotadores de minas matándolos en sus hogares, en las calles y en las minas.

Un régimen de terror se esparció a través de los pueblos mineros. Se pusieron bombas en minas, se descarrilaron y destruyeron vagones de ferrocarril que llevaban el carbón. Los funcionarios mineros ingleses sufrieron mucho. Después de un largo período, luego que se había infiltrado un espía en las filas de los “Molly Maguires”, éstos llegaron a un fin desastroso... 20 de sus miembros fueron ahorcados, 10 de ellos en un solo día.

Los “Mollies” fueron solamente un diente del engranaje de la maquinaria de los mineros que se sublevaron y dieron el golpe de gracia al dominio dictatorial que los dueños de minas ejercían sobre los mineros. Con el tiempo se formó un sindicato poderoso que gobernó a los mineros por toda la nación, lo cual aseguró mejores salarios, condiciones de trabajo más seguras, la abolición del empleo de niños, y así sucesivamente. Hoy la minería es una ocupación respetada que cuenta con beneficios que inducen a miles de personas a buscar carbón debajo de la tierra.

[Comentario en la página 16]

Explosiones, incendios, derrumbamientos, gases venenosos... éstos eran los peligros cotidianos

[Ilustración en la página 15]

Una tienda de compañía, y algunas fichas que se usaban en vez de dinero

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