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  • Puse ‘la mano en el arado y no he mirado atrás’

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  • Puse ‘la mano en el arado y no he mirado atrás’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
w86 1/4 págs. 27-30

Puse ‘la mano en el arado y no he mirado atrás’

CUANDO me embarqué en el avión para Bolivia, mi nuevo hogar, las palabras que mi madre me había escrito en su última carta seguían acudiendo a mi memoria. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.” (Lucas 9:62, Biblia de Jerusalén.) Estaba resuelta a aplicar esas palabras.

Aunque la obra misional iba a ser una nueva experiencia para mí, ya había participado en el servicio de tiempo completo por unos cinco años. Aprendí la verdad de mis padres quienes empezaron a estudiar en el año 1923 con los Estudiantes de la Biblia, como entonces se llamaba a los testigos de Jehová. Aunque solo tenía cuatro años en aquel tiempo, quería entender las publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Sin embargo, por muchos años mi familia hizo poco en lo que respecta a la verdad. De vez en cuando nos visitaban algunos vecinos Estudiantes de la Biblia. Recuerdo, además, que mi padre solía visitar a unos vecinos para escuchar las conferencias radiofónicas del juez Rutherford.

No fue sino hasta 1938 que las semillas de la verdad empezaron a producir fruto. Mi madre —que para entonces se había divorciado y vuelto a casar— empezó a aceptar y leer ávidamente las publicaciones de los testigos de Jehová. Me entusiasmó especialmente aprender que una “gran muchedumbre” sobreviviría la destrucción del presente sistema de cosas y viviría para siempre sobre la Tierra. (Revelación 7:9-14.) ¡Esta información tenía que ser compartida con otros!

De modo que después de bautizarme en junio de 1939 empecé a pensar en llegar a ser una ministra de tiempo completo o precursora. Después de mudarme a Colorado, llegué a conocer a Helen Nichols y a su madre, dos hermanas ungidas que eran precursoras regulares. Las experiencias maravillosas que contaron me animaron a servir de precursora. Así en mayo de 1940 recibí mi primera asignación de precursora para servir en Salida, Colorado, E.U.A.

Preparación en Galaad y una asignación en el extranjero

Después de unos cuantos años de servir de precursora en varias partes de Colorado e Indiana, fui invitada a asistir a la tercera clase de Galaad. Esta es una escuela organizada por la Sociedad Watchtower para preparar a misioneros. Durante cinco maravillosos meses disfruté de las bendiciones de la Escuela de Galaad, pero no recibí inmediatamente una asignación para el extranjero después de mi graduación. ¡La II Guerra Mundial estaba en pleno apogeo! De modo que se me envió temporalmente a trabajar con otras siete hermanas en West Haven, Connecticut, E.U.A. En 1945 se me asignó a trabajar en Washington, D.C. Sin embargo, pronto iba a poder ir a una asignación en el extranjero: La Paz, Bolivia.

Antes de recibir mi asignación, ¡nunca había siquiera oído de Bolivia! No es de extrañar que me asaltaran pensamientos inquietantes cuando embarcaba: ¿Cómo me iría en el trabajo misional? ¿Podría mantenerme en él? El recordar el consejo de mi madre de que ‘pusiera mi mano en el arado y no mirara hacia atrás’ fortaleció mi resolución de hacer del servicio misional un éxito. Además, no iba a estar sola en esa nueva tierra. Me acompañaban mi hermana y cuñado que se habían graduado de la cuarta clase de Galaad. El 9 de junio de 1946 nuestro avión aterrizaba en La Paz.

En medio de una revolución

El mismo día que llegué, alguien intentó desencadenar una revolución arrojando una bomba en el palacio del gobierno. La bomba falló como también la revolución. Pero menos de dos meses más tarde estalló otra revolución que ocasionó numerosos muertos y heridos. El presidente del país, junto con algunos de los ministros, fueron colgados de un poste del alumbrado en la plaza principal. Esa fue mi introducción a Bolivia.

Sin embargo, después de este terrible derramamiento de sangre, pudimos ‘consolar a aquellos que estaban de duelo’ y muchos bolivianos humildes estuvieron dispuestos a estudiar la Biblia con nosotros. (Isaías 61:1, 2.) En aquellos días, solíamos usar sermones grabados como medio para testificar a la gente. Eso significaba que llevábamos tanto el fonógrafo como el maletín de libros a cuestas por las empinadas colinas de La Paz a una altitud de 3.660 metros (12.000 pies). Debido a que hablaba poco español, ¡algunas personas pensaban que estaba vendiendo el fonógrafo y los discos!

Muchas fueron las experiencias de que disfruté como nueva misionera. Un día, mientras iba de casa en casa en una de las mejores secciones de La Paz, una criada salió a la puerta y me invitó a pasar. La señora de la casa escuchó mi presentación y se suscribió a La Atalaya. ¿Por qué una respuesta tan rápida? Había sido sometida recientemente a una operación y mientras estaba en la clínica, había leído la Biblia. Había descubierto que las doctrinas de la Biblia eran muy diferentes de lo que su iglesia le había enseñado, de modo que estaba muy dispuesta a leer la literatura que le dejé. Sin embargo, antes de que yo pudiera volver a visitarla ella vino a buscarme a mí, y me encontró finalmente en una esquina ofreciendo La Atalaya y ¡Despertad! a los transeúntes. ‘¡Por favor venga a verme!’ insistió. Progresó rápidamente en su estudio de la Biblia y pronto se bautizó. Han pasado 30 años y aún sigue sirviendo fielmente a Jehová.

Una muñeca sucia

Después de 11 años de trabajar en La Paz se nos asignó al sur de Bolivia. Mi hermana, su esposo, mi compañera Esther Erickson y yo nos encaminamos a una pequeña ciudad llamada Tupiza. Era febrero de 1957. Tupiza está ubicada cerca del ferrocarril que va de Bolivia a Argentina. La gente era amigable, y era fácil empezar estudios bíblicos. Pronto empezamos a organizar reuniones regulares, a las que asistieron varias personas de Tupiza.

Un día encontramos una muñeca sucia en el patio, enfrente de la casa. ¿Qué significaba esto? Era evidente que el sacerdote había empezado a advertir a la gente en contra de los testigos de Jehová, de modo que alguien estaba intentando hechizarnos. Sin embargo, el hechizo no tuvo ningún efecto.

Como Tupiza era una ciudad tan pequeña, Esther y yo recibimos una nueva asignación en Villazón, otra ciudad pequeña situada en la frontera entre Bolivia y Argentina. ¡Era una región yerma, ventosa y fría! Pero no nos desanimó, ya que confiábamos en la bendición de Jehová.

Cuando Esther y yo empezamos a trabajar la ciudad, nos dimos cuenta de que la gente tenía notas en las ventanas que decían: “No se acepta a testigos de Jehová ni a evangelistas”. Sin embargo, ¡la gente de Villazón no tenía idea de quienes eran los testigos de Jehová! Del mismo modo que en Tupiza, un sacerdote había advertido a la gente y había repartido esas notas en la iglesia para que las pusieran en las ventanas. A pesar de las notas puestas en las ventanas, la gente respondió favorablemente, colocamos mucha literatura y empezamos muchos estudios bíblicos. Poco a poco las notas fueron desapareciendo de las ventanas.

Pero ¿dónde íbamos a celebrar las reuniones? Convertimos una habitación de nuestro pequeño apartamento en un Salón del Reino. Para asientos pusimos tablas encima de cajas de libros. Como no había hermanos bautizados Esther y yo nos cubríamos la cabeza y conducíamos las reuniones nosotras mismas. ¡Para nuestro deleite, a la primera Conmemoración de la muerte de Cristo que celebramos allí concurrieron más de cien personas! Es cierto, algunos vinieron por curiosidad para ver cómo las ‘gringas’ conducían sus reuniones. Pero algunas personas de aquellas que vinieron por curiosidad hoy son Testigos.

También trabajamos la pequeña ciudad de La Quiaca, Argentina, donde pudimos empezar algunos estudios bíblicos con personas interesadas. Ya que teníamos que cruzar la frontera tantas veces, llamamos la atención de los aduaneros. Un día, cuando volvíamos de La Quiaca, un aduanero nos dijo que no nos dejáramos ver tanto, pues la obra de los testigos de Jehová había sido proscrita en Argentina. Le dije: “Tengo entendido que su gobierno garantiza la libertad de adoración”. Respondió que los sacerdotes habían influido en los ministros del gobierno y por eso se había proscrito nuestra obra. Después de esa advertencia, se volvía de espalda cada vez que nosotras cruzábamos la frontera de Argentina.

Trabajamos cuatro años en Villazón. Mi compañera estudió con un hombre cuya esposa tenía una chichería, una taberna donde se venden bebidas de maíz fermentado. Este hombre aprendió la verdad, se bautizó y llegó a ser un anciano en la congregación hasta su muerte. ¿Qué sucedió con la chichería? ¡Ahora es un Salón del Reino! Cuando nos fuimos de Villazón, había una congregación de 20 publicadores. Ahora hay unos 60 Testigos y aproximadamente 110 personas asisten a las reuniones el fin de semana.

Nunca ‘miramos atrás’

Después de Villazón nos llegó la asignación para Santa Cruz, una ciudad en la parte oriental de Bolivia. Qué gozo ver crecer la obra de una congregación pequeña de 20 publicadores a 9 florecientes congregaciones. En 1965 volví a La Paz para vivir en una de las casas misionales, donde he estado desde entonces.

En febrero de 1978 una pared de adobe se desplomó sobre mí cuando salía de un autobús. Sufrí fracturas tan graves en la pierna derecha que tuve que aprender a andar de nuevo. Pero ahora puedo volver a participar en el servicio y conducir estudios bíblicos.

No, el servicio de tiempo completo no fue siempre fácil. Hubo altibajos, angustias y desilusiones. Pero el gozo de encontrar a personas mansas como ovejas y ayudarlas a servir a Jehová ha compensado sobradamente todas las desilusiones. Ahora, después de casi 44 años en el servicio de tiempo completo, estoy más resuelta que nunca a seguir con mi ‘mano en el arado’ y participar en el trabajo que aún queda por hacerse.—Según lo relató Betty Jackson.

[Fotografía de Betty Jackson en la página 27]

[Fotografía en la página 28]

Betty Jackson predicando las buenas nuevas en Bolivia

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