Ante el azote del desastre, ¿qué hará usted?
EN AGOSTO del año pasado, el huracán Camille, con vientos de 351 kilómetros por hora en su máximo sobre una zona de 282 kilómetros de diámetro, fue “la más grande tormenta registrada que jamás haya azotado una zona densamente poblada del Hemisferio Occidental,” según el Dr. Robert H. Simpson, director del Centro Nacional de Huracanes.
Camille salió del golfo de México el 17 de agosto por la noche y azotó con poderío sobre el litoral de Misisipí y Luisiana, luego se abrió paso furiosamente por Alabama, Virginia y Virginia Occidental, destruyendo y matando con furia terrible. Autos y casas eran desmenuzados como juguetes; camiones rodaban de punta a punta. Gigantescos buques de carga fueron lanzados al aire y hechos encallar. Árboles fueron desarraigados o torcidos y hechos añicos, caminos y puentes demolidos. Mareas de casi nueve metros y medio barrieron sobre manzanas de ciudades. Olas descollantes se estrellaron repetidas veces en la playa y en los edificios. En unos minutos poblaciones y ciudades quedaron en ruinas; 41.000 familias resultaron con sus hogares destruidos o fuertemente dañados; 25.000 personas quedaron sin casa ni hogar. Más de 300 personas fueron muertas, y se calculó el daño a la propiedad en 1.000.000.000 de dólares.
¿Cómo se hubiera portado usted si hubiera estado en esta tormenta? Ante el azote del desastre, ¿qué hará usted? ¿Qué puede hacer?
El huracán Camille no fue una tormenta que viniera por sorpresa. Cuarenta y ocho horas antes de que azotara la costa del Golfo, se dieron advertencias del huracán. Hubo bastante tiempo para tapar las ventanas con tablas y salir de las zonas bajas a terreno más alto. Horas antes de que llegara la tormenta, además de las advertencias policíacas, Camille puso el cielo de la costa del Golfo de un color negro como el carbón a mediodía como una advertencia adicional de sus intenciones.
Aunque unas 200.000 personas huyeron de sus hogares a terreno más alto para esperar que la tormenta pasara, hubo otros que se quedaron atrás. “La mayor parte de estas personas había pasado por huracanes antes, y no teníamos razón alguna para esperar que éste fuese tan malo,” dijo el alcalde J. J. Wittmann, de Pass Christian, Misisipí. La gente sencillamente no creía que un huracán pudiera ser tan destructor. Por eso, muchos siguieron la manera tradicional de hacer frente a los huracanes a lo largo de la costa del Golfo. Se proveyeron de una botella de whiskey, se sentaron y descansaron. Otros se reunieron en apartamientos de la orilla del mar para pasar la tormenta enfiestados. Dos docenas se reunieron en uno de esos apartamientos. La policía los instó a mudarse tierra adentro para estar seguros, pero rehusaron. Solo tres sobrevivieron.
En Pass Christian, una población de unas 4.000 personas, se hallaron más de 100 cuerpos esparcidos en el lodo. Una entera familia de trece resultó muerta. Cuerpos de víctimas se hallaron en arbustos, árboles y azoteas. La apatía de un sobreviviente que vivía en una casa en la playa fue sacudida. Dijo él: “De ahora en adelante, cuando digan ‘huracán,’ me iré al norte.” Para centenares, no habrá otra oportunidad, porque pasaron por alto advertencias que deberían haber escuchado.
Para los sobrevivientes que no hicieron preparativos para capear la tormenta, no hubo gas, electricidad, ni agua potable. Los caminos, en su mayor parte, estaban intransitables; vías de ferrocarril se fueron con el agua; las líneas telefónicas fueron derribadas. El hedor de la muerte se hallaba en todas partes. La medicina escaseaba. Pascagoula, Misisipí, fue invadida por centenares de culebras venenosas echadas de los pantanos por la inundación. Saqueadores y estraperlistas aumentaron la desdicha. La gasolina y el agua potable se vendían a dólar y a dólar y medio el galón, y el pan a un dólar la hogaza, hasta que las autoridades comenzaron a arrestar a los explotadores.
En algunas zonas hubo que evacuar las casas elegantes. Sus dueños no pudieron llevarse mucho consigo. La tormenta casi destruyó muchos de estos hogares. Las paredes y ventanas de enfrente fueron derribadas, los muebles fueron hechos trizas; el viento arrancó techos y derribó árboles. Lo que la tormenta no destruyó, a menudo lo hurtaron los saqueadores. En un lugar plata preciosa con valor de más de 12.000 dólares fue saqueada. Guardias nacionales fueron enviados para impedir más robos.
Los sobrevivientes que regresaban poco a poco dormían en automóviles o en edificios desentrañados, protegiendo lo poco que había quedado de su propiedad. Brotaron centros para refugiados y éstos estuvieron atestados de víctimas que comían en cocinas de emergencia. Algunas personas hasta pidieron limosna de casa en casa. Fue una escena de patética falta de esperanza.
Interés amoroso
Sin embargo, hubo otra clase de escena en la zona de la tormenta. Se vieron actos de amor, interés profundo y sacrificio personal. Por ejemplo, un ministro de una congregación de los testigos de Jehová escribe de Gulfport, Misisipí: ‘Tan pronto como estuvimos relativamente seguros de que la tormenta venía en dirección nuestra, nos pusimos en comunicación con nuestros hermanos y hermanas cristianos para que nos ayudaran a comunicarnos con todos los de la congregación. Les proporcionamos varias preguntas para que supieran qué preguntar a las personas, como: “¿Adónde irá usted si el huracán llega aquí? ¿Necesitará usted transporte? ¿Qué ayuda necesitará? Asegúrese de comprar abarrotes. Obtenga cosas que no necesiten cocinarse. Compre artículos en polvo o enlatados. También obtenga recipientes de agua y lléveselos con usted. Asegúrese de darle a saber a su siervo de estudio de libro dónde va usted o qué ayuda necesitará. Si usted cambia sus planes, sírvase decírnoslo inmediatamente, para que podamos ayudarle o para que usted pueda ayudar a otros según se necesite.” Llamamos a otras congregaciones para ver si habían sido advertidas y qué estaban haciendo. Para esa noche sabíamos el paradero de todos nuestros hermanos cristianos. Nada se dejó a la casualidad. Oramos a Jehová Dios para que nos preservara.’
Este mismo interés amoroso se vio entre los testigos de Jehová en otras partes y se apreció profundamente. En Mobile, Alabama, un Testigo fue despertado por el timbre del teléfono. “Era un Testigo que nos llamaba para decirnos que Camille se estaba dirigiendo a Mobile,” dice él. “Al poco tiempo el siervo de estudio de libro también nos llamó para advertirnos. El superintendente ya lo había llamado. Me suministró una sensación de consuelo el saber cuán interesados estaban nuestros hermanos cristianos en cuanto a nosotros.”
La Palabra de Dios, una fuerza para lo bueno
Se vio que este tierno amor fraternal tenía sus raíces enclavadas profundamente en el amor a Dios y en el entrenamiento cristiano verdadero. Una carta de Theodore, Alabama, dijo: “Hicimos preparativos para evacuar y así obedecer la ley de César como la Palabra de Dios la Biblia nos manda que hagamos. Algunos de nuestros vecinos no lo hicieron. Quedaron atrapados en la planta alta con un metro y medio de agua en el apartamiento de la planta baja.”
En Salones del Reino así como en hogares, Biblias y literatura bíblica se guardaron cuidadosamente en recipientes impermeables. De Gulfport, un Testigo, refiriéndose a la literatura bíblica, dijo: “Estas eran mis posesiones más valiosas.” Otro hizo una expresión semejante acerca de las posesiones: “Como ha sucedido en todo huracán por el que he pasado, mis volúmenes encuadernados de las revistas La Atalaya y ¡Despertad! son mi primer interés. Hice cuanto pude para protegerlos. Toda mi literatura más reciente de la asamblea, y mi Biblia, las empaqué y me las llevé en el auto.” Otro Testigo declara: “El conocimiento de la Biblia y las promesas de Jehová realmente significan algo para uno en tiempos como éstos. Estábamos tan tranquilos que nuestros vecinos creían que habíamos pasado por huracanes antes.”
El consuelo de la oración
En Gulfport, unos treinta Testigos, incluso el superintendente, fueron al Salón del Reino. Un Testigo que estuvo allí durante la tormenta escribió: “Varios árboles cayeron estrepitosamente a tierra, pero el viento era tan fuerte que apenas pudimos oírlos caer. A veces ráfagas de viento que parecían un enorme tren de carga pasaban por encima del salón. [Una base de la fuerza aérea en Biloxi, Misisipí, contó cuarenta y siete tornados en su vecindad.] Oramos. La tormenta grabó en mí la necesidad de orar a todo tiempo, de orar incesantemente. En la mañana pudimos ver devastación en todas partes, pero el Salón del Reino resultó sin daños. Cuán agradecidos estuvimos de haber seguido el derrotero sabio de nuestro superintendente y habernos quedado en la casa de Jehová.”
Otro dijo: “Fuimos invitados a ir a la casa de un Testigo a once kilómetros al norte. Había diecisiete de nosotros presentes. Todos nos animábamos unos a otros. La tormenta era imponente. Una parte del techo de la casa de madera fue arrancada. Mi hijo que dormía se despertó. ‘Mamá,’ dijo, ‘Jehová no permitirá que el huracán nos haga daño, ¿verdad?’ Mi hijo y yo oramos juntos. Cuando finalmente amaneció y vimos la devastación afuera, supimos que Jehová nos había protegido.”
Un ministro viajero escribió: “Estábamos en oscuridad total, con excepción de la luz de la vela, en un multifamiliar de dos pisos. El agua comenzó a subir. El refrigerador empezó a flotar, junto con los otros muebles que no fueron llevados a la planta alta. Era una escena aterradora. Nueve de nosotros oramos silenciosamente a Jehová. A las 3:00 de la mañana las aguas retrocedieron. El peligro había pasado. Todos le dimos gracias a Jehová en oración.”
Otra Testigo, a petición de su esposo, fue con sus hijos a un edificio de escuela pública que estaba cerca. Ella dijo: “La oración continua a Jehová era nuestro único consuelo. Durante la calma del huracán, salimos de la sala de clase al centro del edificio. Exactamente entonces el techo cedió donde habíamos estado. La sala fue demolida. Fue una maravillosa bendición de Jehová el que hayamos sobrevivido. Le daré gracias a Jehová mientras tenga aliento, porque sé que solo es por su misericordia que estamos viviendo.”
Amor demostrado por hechos
La prueba del amor cristiano verdadero empezó a manifestarse por la manera en que los Testigos cristianos vinieron a ayudar a sus hermanos. Dijo un informe de Moss Point, Misisipí: “Nuestra ciudad quedó desbaratada . . . una pesadilla. Los rostros de la gente tenían expresiones de aturdimiento, de sobresalto. Era una sensación de depresión, de impotencia, pero para nosotros los Testigos, jamás desesperanzada. Le agradecíamos a Jehová el estar vivos y el que todos los de nuestra congregación estuvieran bien.”
“Tan pronto como pudimos salir, nos apresuramos a averiguar cómo estaban todos nuestros hermanos cristianos,” dijo un informe de Gulfport. “Fue difícil llegar adonde estaban algunos, pero pronto supimos que todos estaban bien.”
Un superintendente de Gulfport informa: “A medida que nuestros hermanos cristianos comenzaron a venir para ver cómo estábamos, alimentos y ropa comenzaron a llegar copiosamente. Testigos de todo el mundo respondieron de toda manera que pudieron. De hecho, la respuesta fue tan inmediata y grande que nos trajeron algunas cosas el mismísimo día después de la tormenta. Nueva Orleáns envió cuatro camiones llenos. Jacksonville, Florida, envió todo un semirremolque lleno de alimento y ropa, agua y gasolina. Sobrevivimos a la tormenta, pero nuestros hermanos cristianos casi nos ahogaron con su amor. Siguieron enviando camiones llenos de abastecimientos, hasta que les rogamos que dejaran de hacerlo. Enviaron hojas de madera terciada, rollos de papel alquitranado, baldes de alquitrán, bloques de concreto para colocar los edificios de nuevo sobre sus cimientos, clavos, gasolina para los autos, petróleo destilado para las linternas y generadores para electricidad. Enviaron casi todo lo que se necesitaba.”
Otro informe dice que vinieron Testigos de 483 kilómetros a la redonda para ayudar con el trabajo de restauración. Se formaron brigadas de trabajo. Algunas brigadas iban de la casa de un Testigo a la casa de otro reparando techos y en algunos casos poniendo techos nuevos. Como dijo un testigo presencial: “Conté a quince en una sola casa poniendo los tejamaniles. Efectuaron esta tarea en unas 2 1⁄2 horas. Limpiaban las casas mojadas, las desinfectaban y despejaban los patios. Era algo digno de verse.”
También llegó copiosamente dinero para ayudar a los que necesitaban auxilio. Se abrió una cuenta bancaria especial con el nombre de “Fondo de socorro de los testigos de Jehová.” Esta fue supervisada por tres Testigos.
Tanta comida en forma de artículos enlatados, además de ropa, enviaron los Testigos a la zona de Gulfport que el superintendente invitó a personas que viven en la comunidad, que fueron azotadas duramente por el huracán, a que vinieran al Salón del Reino a obtener algunos de estos abastecimientos. Muchas vinieron. Fue la primera vez que la mayoría de ellas habían venido al salón.
Algunos hombres que se habían opuesto a que sus esposas estudiaran la Biblia con los testigos de Jehová quedaron complacidos al ver el amor y cooperación afectuosos entre los testigos de Jehová. Un esposo incrédulo le dijo a su vecino: “Uno puede decir lo que quiera, pero los testigos de Jehová fueron los primeros de aquí que investigaron para ver si todos estábamos bien.” Varios observadores todavía manchados de prejuicio racial quedaron bastante asombrados al ver a brigadas de Testigos blancos sacando el lodo y los escombros de los hogares de sus hermanos cristianos de color.
Sin embargo, los testigos de Jehová, junto con otros, sí sufrieron y aguantaron mucho durante la tormenta. Varios Salones del Reino recibieron gran daño. Muchos hogares y remolques quedaron muy dañados o destruidos. Pero los testigos de Jehová agradecieron mucho a Jehová el que ni un solo Testigo pereciera en la tormenta.
Algunos vieron en esta experiencia el valor del entrenamiento teocrático. Otros sintieron “la mano protectora de Jehová.” “Pudimos ver hasta cierto grado la manera en que Jehová puede protegernos a través del Armagedón,” dijo uno. A otros los conmovió el interés amoroso de sus pastores cristianos y la demostración inmediata y arrolladora de amor por hechos manuales y dádivas de sus hermanos cristianos. “En ningún otro lugar salvo en la organización de Jehová se podría hallar tal amor”; “¡Estoy tan agradecido de formar parte de la maravillosa organización de Jehová!,” dijeron. Sin duda la tormenta hizo a los testigos de Jehová más conscientes de la presencia de la organización visible de Dios, del poder de mucho alcance de la oración y de la fuerza del amor cristiano como un vínculo irrompible. Hizo que se sintieran profundamente felices de ser testigos de Jehová.—Juan 13:34, 35.